Viñedos de altura
Desde hace algunos años, la viticultura pasa por una etapa de experimentación. Esto empezó con la aventura de plantar en lugares “costeros” como Casablanca, Leyda o Limarí. Pero también se han incluido nuevas variedades al abanico que usualmente estábamos acostumbrados, como Mourvedre, Carignan, Garnacha y las olvidadas variedades de la zona centro/sur: Cinsault, País y el Moscatel.
Las incursiones más recientes están en los “viñedos de altura”, para algunos las nuevas fronteras del vino chileno. Pero ¿qué quiere decir esto? ¿Por qué se busca plantar en la altura? Se consideran vinos de altura aquellos que han sido producidos a partir de uvas que provienen de viñedos que se sitúan sobre los 1.000 metros sobre el nivel del mar. Hasta ahora pocos, pero muy buenos resultados.
Para que se hagan una idea, Santiago se encuentra a una altitud media de 567 msnm. Curicó, gran zona productora, por ejemplo, se encuentra a unos 230 msnm. En el Valle de Cachapoal, hacia la Cordillera de los Andes, específicamente en Requínoa tenemos 400 metros de altitud. Hoy hay proyectos como el Riesling de Camilo Rahmer (Sierras de Bellavista) que se encuentran a más de 1.000 msnm.
Otros proyectos interesantes en altura son Viñedos Alcohuaz, en el Valle del Elqui. Las parras están plantadas entre 1.600 y 2.200 msnm. De ahí sacan dos vinos: Rhu y Grus. La viña Tabalí tiene su proyecto Roca Madre en la zona de Río Hurtado, un Malbec de altura de viñedos que están a 1.800 metros de altitud.
Lo que hace diferente a estos vinos es que son únicos. La cordillera es un lugar donde el clima es extremo: calor durante el día, alta radiación y frio durante la noche. A pesar de las dificultades, la viticultura se hace más interesante, desafiante, con vinos más complejos, entretenidos y con gran sentido de lugar.
Lee todos los artículos de nuestro experto enólogo Matías Cruzat