Un siglo de historias

El siglo XX se convirtió en una etapa de profundos cambios para la vitivinicultura chilena. La industria fue capaz de adaptarse a las transformaciones sociales y económicas, pasando por periodos de decadencia hasta terminar conquistando más de 130 mercados en el mundo del vino. Hoy la búsqueda es más profunda, tratando de rescatar una identidad que postergamos por los éxitos comerciales.

Fotos: archivo viñas Aresti, Miguel Torres y San Pedro

La historia moderna del vino chileno se inicia a partir de la llegada de las primeras cepas francesas a nuestro país. Estamos hablando de la segunda mitad del siglo XIX, cuando la riqueza de la minería en el norte empuja a una nueva casta de aristócratas a mirar hacia Francia e imitar parte de su cultura y sus tendencias.

Así, de a poco, el Cabernet Sauvignon, el Merlot, el Pinot Noir y otras variedades clásicas europeas, comienzan a sustituir las que habían plantado los conquistadores y misioneros españoles. Pero no solo eso, sino que también se importa un estilo de vida: en las propiedades agrícolas se construyeron grandes castillos como los de Burdeos, rodeados de hermosos parques, con bodegas de ladrillo que todavía son utilizadas para la guarda de vino.

La importación de cepas francesas fue el primer salto cualitativo de la vitivinicultura en Chile. Esto sucede unas décadas antes de que la filoxera devaste el viñedo francés. A nadie se le pasó por la cabeza que los nuevos viñedos chilenos serían de los pocos en el mundo que se salvarían de la gran plaga.

Tan grande fue la debacle que hasta los enólogos franceses tuvieron que emigrar, estableciéndose algunos de ellos en Chile. Así se terminó de conformar la raíz francesa que identifica a las más antiguas viñas chilenas, que junto con la introducción de cepas, sumó el uso de técnicas importadas para la producción de vino moderno.

Otro hito importante que va transformando el paisaje y la industria local fue el emprendimiento de Maximiano Errázuriz Valdivieso, quien funda Viña Errázuriz en 1870, en un campo ubicado en el Valle del Aconcagua. La Viña Errázuriz fue en su tiempo el mayor viñedo del mundo en manos de un solo propietario, con 700 hectáreas plantadas.

Historia_Archivo Viña Aresti_blog

Siglo XX: reformas, regulaciones y nuevas tecnologías

En los inicios del nuevo siglo, en Chile había ya unas 400 mil hectáreas de viñedos. Las plantaciones se extendían desde Aconcagua y hasta Talca. Surgieron bodegas más modernas con contenedores de madera para guardar los vinos en vez de las tinajas de greda y se incorporó maquinaria agrícola especializada.

El aumento de la producción estimuló un mayor consumo de vino en la población, favorecido por un incremento de los canales de distribución. Por primera vez el tema del alcoholismo se convierte en una preocupación para las autoridades de la época. En 1902 se dicta una Ley de Alcoholes que limita las plantaciones de parras y producción de vinos. Algunas disposiciones obligan a cerrar bares los sábados en la tarde y los domingos y se prohibió la venta de alcohol cerca de escuelas, iglesias y fábricas.

Para 1939 una nueva ley restringe aún más el comercio y la industria del vino, prohibiendo nuevas plantaciones, limitando la producción a unos 60 litros per cápita y fomentando el desarrollo de cooperativas vitivinícolas. La crisis económica mundial durante la década también golpea fuertemente al país y especialmente al mundo agrícola. Así, la industria enfrentó una larga etapa de decadencia que se agudizó al estallar la Segunda Guerra Mundial.

La década del 40 y las siguientes fueron difíciles. Las políticas de economía liberal que venían desde el siglo XIX, dieron paso a un mayor control estatal que reguló la actividad económica del sector privado con una serie de normativas, regulaciones y frenos a los emprendimientos particulares.

Luego del golpe militar de 1973 se levantó la prohibición de plantar nuevas viñas. También se abrieron las fronteras comerciales y se liberaron las transacciones de vinos. Esto le dio un nuevo impulso al desarrollo de la industria que a partir de la década de los 80 incorpora tecnología de última generación en la producción de vinos de alta calidad. Uno de los actores fundamentales de estos cambios fue Miguel Torres, quien se estableció en el valle de Curicó. El empresario catalán fue el primero en introducir los estanques de acero inoxidable para la vinificación y las barricas de roble para la guarda de los vinos. Su primer vino, el Santa Dignan Sauvignon, se lanzó al mercado en 1979.

Botellas Archivo Miguel Torres_blog

Hacia la segunda mitad de los años 80, las exportaciones de vino chileno eran mínimas en relación con lo que se producía. Por ejemplo en 1988 las exportaciones correspondieron al 2,6% del total y en 1990 al 9,3% de los 400 millones de litros que se produjeron.

En los 90 surgieron nuevas y pequeñas viñas, llamadas garage o boutique por los medios de prensa. Pero hay un acontecimiento que cambió la industria vitivinícola chilena y generó noticias en los mercados internacionales: el descubrimiento del Carmenère en el viñedo chileno. El 24 de noviembre de 1994 durante una gira de conocimiento por el Valle del Maipo, el ampelógrafo francés Jean Michel Boursiquot identificó en la Viña Carmen la variedad Carmenère, que por muchos años estuvo confundida con el Merlot.

Actualmente un porcentaje importante de las bodegas chilenas cuenta en su portafolio con monovarietales o mezclas a partir del Carmenère, vinos que tienen buena aceptación tanto en el mercado nacional como en consumidores extranjeros.

Los éxitos comerciales de las últimas dos décadas convirtieron a Chile en el cuarto exportador mundial de vinos, con ventas superiores a los USD 1.500 millones anuales. Sin embargo, la búsqueda más reciente o la pregunta más íntima que nos hacemos es sobre nuestra identidad, un pequeño camino que se ha comenzado a recorrer hace poco más de 5 años, mirando hacia el pasado en pleno siglo XXI, rescatando viejos viñedos en el Maule, el Valle del Itata y más al sur también. Explorando nuevas fronteras y más variedades para conquistar niveles superiores de calidad, pero por sobre todo individualidad, carácter y autenticidad.

Botella CASTILLO MOLINA_blog

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