Un repaso al vino boutique en Chile
Impulsan cambios y diversifican el mercado. Las viñas boutique hace rato que dejaron de ser un actor secundario en la vitivinicultura nacional. Sin bien la producción ni se compara con los grandes de la industria, son los que van dictando la pauta en innovación, llamando la atención en medios y consumidores. El vino boutique, señores, no es una exclusividad. Es para todos, pero son pequeñas producciones. Así que corran por sus botellas, que se acaban.
Las viñas boutique son un fenómeno más que un concepto que se inició en Chile a fines de los años 90, comandados en ese entonces por Antiyal, el proyecto del enólogo Álvaro Espinoza, quien además fue precursor en nuestro país de las técnicas de la biodinamia.
El tema, obviamente, tiene un antecedente a nivel mundial, pero centrémonos en lo que ocurrió y sigue ocurriendo en nuestros valles. Ser una viña boutique y producir vinos boutique no tiene regulación alguna, ni tampoco definiciones precisas. Como les comentábamos al principio es más que nada un fenómeno que hace referencia a proyectos pequeños y medianos, muchas veces hechos a pulso y donde la calidad tiene un peso sustancial más que la cantidad.
Para que lo podamos acotar de alguna manera, estamos hablando de producciones que bordean las 150 mil botellas al año como tope. Son productores independientes o viñas boutique que en total no son más del 2% de la producción total del país, una cifra pequeña si se les compara con los gigantes de la industria.
Más allá de la cantidad de botellas producidas o de cuánto representan del total, las pequeñas producciones terminaron por reinventar Chile, en términos vitivinícolas. “Somos el toque de sabor en la industria”, me dice Irene Paiva, enóloga y propietaria de iWines, una bodega pequeña con base en el Valle de Curicó. Paiva comenzó el 2007 con el Syrah iLatina, hoy un negocio que ya ha podido consolidar con exportaciones a Brasil, Estados Unidos, Inglaterra y Japón, entre otros mercados.
Los viñateros boutique se han expandido por todos los valles, pero en los últimos años el foco se ha centrado en Maule, Itata y Biobío, una producción que rescata los viñedos antiguos de Carignan, País, Cinsault y Moscatel, entre otras variedades. Hablamos de nombres como Roberto Henríquez, Cacique Maravilla, González Bastías, Garage Wine, Aupa Maitía, Vinos de Patio, Leonardo Erazo y tantos otros que no han hecho más que innovar permanentemente desde sus procesos de vinificación, hasta en las etiquetas que usan para mostrarse en el mercado.
Otro de los pioneros fue Viña Aquitania, la viña que tiene su bodega en el sector de Peñalolen, en lo que hoy conocemos como Maipo Alto, viñedos que reciben la influencia directa de los vientos que bajan directamente de la Cordillera de los Andes, dando origen al Cabernet Sauvignon más elegante de Chile. Pero Aquitania también apostó por otro valle, el del Malleco, a 800 kilómetros al sur de Santiago. Sus pequeñas producciones de Chardonnay, Sauvignon Blanc y Pinot Noir han logrado una consistencia como pocos vinos chilenos. Sol de Sol Chardonnay es sin duda uno de los mejores vinos blancos de Chile.
El factor cooperado
Las cooperativas son una modalidad de trabajo comunitario que permite sumar esfuerzos entre los productores de uvas y así lograr mejores precios que beneficien a todos sus integrantes. Basándose en ese trabajo colaborativo, el proyecto Lomas Campesinas, liderado por el viticultor Pedro Izquierdo y con el apoyo financiero y logístico de las entidades nacionales INDAP e INIA, vincula a enólogos de viñas tradicionales con pequeños productores de uvas del secano interior de valles como Maule, Itata y Biobío.
Así, Lomas Campesinas se transformó también en un proyecto boutique con un sentido social que beneficia a la agricultura familiar campesina y la vez empuja la producción de variedades no tradicionales en esas zonas que forman parte del patrimonio vitivinícola de Chile.
Todos quienes de alguna manera se involucran en bodegas de pequeña y mediana escala saben que el riesgo es alto y la inversión puede demorar en retornar. Cuando se es parte de este circuito hay como una especie de impulso tácito por elaborar vinos distintos, diferenciándose de lo que hace la industria en general. Eso finalmente termina siendo un gran aporte al mercado y los consumidores. “Hoy los bebedores de vinos y la prensa no solo esperan este tipo de emprendimientos”, me comenta Pilar Miranda, enóloga y propietaria junto a Derek Mosman de Garage Wine. “También los apoya y los promueve, porque son atractivos, tienen buenos vinos y aportan a la diversidad”.