La gran historia del vino chileno
Las celebraciones de septiembre nos han motivado a contarles una parte de la historia de nuestro vino. Durante este mes y el próximo les entregaremos en dos capítulos la llegada de las primeras parras a Chile, su expansión como actividad a lo largo del país, anécdotas y personajes que conformaron la identidad del campo y la vitivinicultura chilena desde el siglo XVI hasta nuestros días.
De la llegada de las primeras vides a Chile podría escribirse un tomo completo de enciclopedia. La cantidad de datos más que impresionar, no dan certeza de quién ni en qué lugar se plantaron las primeras parras en nuestro país. El asunto es un tema que apasiona tanto a historiadores, como periodistas, productores de vino y enólogos.
La llegada de los conquistadores españoles permitió que en distintas partes de los territorios recientemente colonizados se plantaran parras para elaborar vino. La trilogía conformada por trigo, olivo y la vid eran parte de las costumbres de estos colonizadores europeos.
Según El Vino Chileno, de la autora Magdalena Le Blanc, la productiva variedad negra conocida como País, fue aparentemente introducida a Chile en los alrededores de Concepción por el sacerdote jesuita Francisco de Carabantes en 1548, época en que ya se usaban otras como el Torontel, Albillo, Moscatel y Mollar.
En el valle del Mapocho, la bondad de la tierra y lo benigno del clima, fueron claves para que en las chacras de los sectores más rurales se plantaran viñas. Según Patrimonio Vitivinícola, de Ediciones Biblioteca Nacional, Rodrigo de Araya puso una viña en su chacra de El Salto, que recibió en merced el 10 de octubre de 1545.
Archivo Viña Santa Rita
El mismo ejemplar relata que el año 1544 el soldado español Pedro de Miranda plantó en Copequén, corazón de lo que hoy se conoce como el valle del Cachapoal, una de las primeras viñas que existieron en nuestro país, “comenzando una larga tradición de excelencia vitivinícola”.
Otro al que también se le adjudican las primeras cosechas es al conquistador Francisco de Aguirre. El español se dedicó a cultivar la vid en su finca de la ciudad de Copiapó, en 1551, según los registros que se tienen. Aguirre fue el primer viñatero y viticultor de la zona y su trabajo rudimentario de vendimia lo hizo acompañado de los indígenas que trabajaban en sus tierras.
Así se fue conformando el primer paisaje de la vitivinicultura chilena, con prácticas muy básicas, pero que fueron incorporando a las distintas capas sociales de las ciudades que poco a poco se fueron fundando a lo largo del país. El establecimiento del campo chileno como se le conoce hoy tiene mucha tradición de la cultura vitivinícola y es lo que le ha dado al país las fortalezas para una de las industrias más valoradas en el ámbito internacional.
¿Y Santiago?
La primera cosecha que se realizó en nuestra capital y de la que se sabe con certeza, la ejecutó Diego García de Cáceres en 1554. Otro de los pioneros de la vitivinicultura nacional y principalmente en esta zona central fue Juan Jufré Loayza y Montesa, un soldado español a quien Pedro de Valdivia le entregó encomiendas de tierras en las chacras de Ñuñoa y Macul.
Jufré recibió las tierras en 1546 y en pocos años su vino alcanzó tanta fama que para muchas transacciones se señala explícitamente que el pago había que hacerse con “vino de Ñuñoa de la cosecha de Juan Jufré”. La labor de este pionero y de las siguientes tres generaciones está hoy representada por la viña Cousiño Macul. No hay que olvidar que entre los siglos XVI y principios del siglo XX, la uva que se elaborada principalmente era la País, también conocida como Listán Prieto en las Islas Canarias, su lugar de origen. En Argentina adoptó el nombre de Criolla y en México y Estados Unidos, Misión.
Archivo Memoria Chilena
Al cerrar el siglo XVI, Chile ya contaba con una buena cantidad de viñedos que aseguraban el consumo interno, pequeños envíos al Perú y algunas colonias españolas. Muchos cultivos se centralizaron en Santiago, pero también entre los ríos Biobío y Mataquito, específicamente en los alrededores de las ciudades de Concepción y Cauquenes.
Aunque las plantaciones del sur eran destruidas con frecuencia por los mapuches, el vino tenía mucha aceptación en los asentamientos locales de los pueblos originarios, que comenzaron a tener las primeras muestras de alcoholismo. Eso y la competencia que se generó con los vinos de la Madre Patria, impulsaron a que la Corona Española decretara en 1631 nuevas reglas e impuestos para la producción de vino.
Las primeras viñas y cepas francesas
Si nos acercamos al periodo de la independencia, la actividad agrícola decayó producto de los conflictos bélicos. No fue sino hasta 1818 en que se logró la emancipación definitiva que la producción y exportación de vinos tomó un nuevo auge. Una de las primeras viñas ya durante el periodo republicano fue La Rosa. Se estableció en 1824 en el valle del Cachapoal, en una hacienda adquirida por el empresario minero Francisco Ossa.
Hacia mediados del siglo XIX los viñedos se expanden con facilidad en toda la zona central del país. A su vez, ocurre un hito clave dentro de la historia del vino en Chile: Silvestre Ochagavía y José Tomás Urmeneta, cuyas fortunas también venían de la minería, importan las primeras cepas francesas (Cabernet Sauvignon, Merlot, Cot, Pinot Noir y Semillón, entre otras), las que sustituyeron aquellas variedades que habían traído los conquistadores españoles junto a misioneros evangelizadores católicos.