En el Río Calle – Calle nos bañamos de chela
Chile es un país cervecero. Esto ya lo sabemos y nos infla el pecho de puro disfrute. En los últimos 20 años se ha notado un aumento del consumo de 30 a 60 litros por cabeza. Un delirio de sed. La mayoría de la cerveza que bebemos en el país proviene de la Región Metropolitana, ya que ahí se concentra la mayoría de las cervecerías en el país. Pero esto no siempre fue así, no señor. En el pasado, cada localidad, ciudad y pueblo de Chile tenía su propia cervecería, haciéndose cargo de la producción y consumo de sus habitantes de una manera mucho más artesanal.
La ciudad que más se destacó en cuanto a su chela de alta calidad fue la perla del sur: Valdivia. Muchos colonos alemanes se instalaron en esta zona, llegando con la misión de poblar los sectores más inhóspitos para la vida. Acá Valdivia surgía como la ciudad más lluviosa, con un clima que contaba con 10 meses de lluvia al año. Por eso, y por su naturaleza de pasarla bien, los alemanes aprovecharon el frío y la humedad para producir cerveza con receta alemana, pero ingredientes y calidad chilena. Lo mejor de dos mundos. En un principio, la producción era completamente casera y dedicada al consumo personal. Algunos de estos siguieron el camino comercial, siendo Carlos Anwandter el que logró mayor fama con sus espumosas, al punto que una de las calles principales de Valdivia lleva su nombre.
La cervecería Anwandter fue galardonada con cientos de premios internacionales debido a su calidad sin igual. Crecieron tanto que en un punto significaron la producción de la mitad de todas las chelas en la industria chilena, dando el impulso necesario para exportar a países del continente americano. Los Anwandter se caracterizaron por sus Pilsener, Marzen, Bock, y Stout, haciéndole honor al carácter alemán de sus orígenes. Pero toda historia tiene un final. Con el incendio de 1912, que consumió la mayoría de la fábrica Andwanter, sumado a las pérdidas materiales causadas por el mismo, se vieron en la urgencia de vender su marca a CCU en 1916, que siguió su quehacer chelero hasta 1960, hasta que el terremoto del 60 destruyó casi por completo la cervecería y, de paso, la ciudad.
Valdivia estuvo huérfana de cervecerías por varios años hasta la llegada de Armin Kunstmann, quien fundó en 1995 la reconocida Kunstmann, con la misión de recuperar la tradición cervecera. Partieron con una filosofía Craft Beer muy inspirada en los Estados Unidos y desde el libro de Charlie Papazian: cómo hacer cerveza en la casa. Desde entonces sus cocinas crecieron imparablemente, aumentando la capacidad de producción y ganando la fama de los mejores cerveceros. En 2002, se asociaron con CCU, con tal de lograr distribución nacional y que su clásica Torobayo pueda llegar a todos los rincones del país.
Con la inspiración que Kunstmann trajo a la cerveza valdiviana, empezaron a emerger nuevas cervecerías de increíble calidad, tejiendo una identidad cervecera y valdiviana. Por ejemplo, la cervecería Cuello negro llega a los bares de todo el sur de Chile con su famosa y premiada Stout. Cervecería Bundor también es reconocida por sus cervezas Negras como Belzeboo, una Imperial Stout de 11 grados de alcohol. También, hay un clásico bar reconocido por su producción local y una amplia variedad cervezas: El Growler. Aquí se destacan por cervezas más lupuladas como las IPAS y algunas que incluyen ingredientes locales como la murta. Valdivia tiene un sinfín de otras cervecerías más, como El Regreso, Elfo del bosque, Bota cervecera, Calle Calle, Nhotus, El Duende, Entre ríos, Totem y varias más que se nos quedan en el tintero.
¿Por qué esta ciudad de ríos tiene tanta cultura cervecera? El interés por el brebaje espumoso surge desde la herencia alemana, importando su calidad de cerveza y alto consumo per cápita, que llega hasta los 100 litros anuales. No cabe duda de que esta influencia prendió la llama a los futuros cerveceros, que hasta hoy mantienen esta labor tradicional y se camisetean por su industria, aportando varios litros per cápita al consumo nacional.