El blanco está de moda
Ya no se trata de elaborar un Sauvignon Blanc, ponerle corcho y sacarlo a la venta. Hoy la cepa blanca que más producimos está poniendo el foco en lugares donde conseguir vinos más particulares, donde la boca juega un rol más protagónico que la búsqueda de nuevas facetas aromáticas. Empiecen a salivar porque el Sauvignon Blanc está cada vez más entretenido.
El Sauvignon Blanc es por lejos la variedad blanca más plantada en Chile. Según el catastro del Servicio Agrícola Ganadero (SAG) la cepa tiene más de 15 mil hectáreas, la mitad de ellas concentradas en la VII Región, lo que corresponde a los valles del Maule y Curicó.
Seguramente muchos pensaron en el Valle de Casablanca como el origen principal de nuestros Sauvignon Blanc. Pero esa historia es más reciente. Fue a mediados de los años 80 que el enólogo Pablo Morandé apostó por aquellas tierras de uso agrícola, como aptas para la producción de vinos, principalmente por su cercanía al mar. Nueva Zelanda se había transformado ya en un referente por las particularidades del clima y sus suelos.
Poco a poco nuestro país pasó de elaborar aquellos aburridos y oxidados Sauvignon Blanc a etiquetas con aromas más intensos y sabores cítricos, que cautivaron más público, sobre todo a la hora del aperitivo y quienes empezaron a convertirlo en la variedad favorita para acompañar pescados y mariscos.
Hoy el Sauvignon Blanc busca por una parte nuevos territorios, suelos con buena mineralidad y drenaje que permitan dar vinos más distintivos, nos comentó Felipe Tosso, enólogo jefe de Viña Ventisquero, bodega con uno de los proyectos vitivinícolas más extremos en nuestro país, ubicado en las cercanías de la costa del Valle del Huasco, en la región de Atacama.
De ahí viene Grey Sauvignon Blanc, Valle de Atacama, un blanco que nos sorprendió por sus matices minerales, mucho frescor y una cuota de salinidad que lo distingue de otros exponentes producidos en valles más centrales. Y es aquí donde viene la otra parte del salto cualitativo: más preocupación por conseguir una boca más característica, que explorar en nuevas facetas aromáticas.
“Creo que Huasco nos está dando vinos muy particulares. Es un clima extremo. Casi no existen otros desiertos fríos y minerales que puedan dar vinos así, con mañanas nubladas y veranos donde las temperaturas fluctúan entre los 16 y 24 grados como máxima y mucho viento por las tardes”, afirma Tosso. “Este Sauvignon Blanc es más radical, pensado en quienes buscan algo especial y su principal expresión es a través de su boca”.
Menos masividad, mayor identidad
La apuesta de Ventisquero es, sin duda, una de las más jugadas de los últimos años. Sin embargo, hay otros actores que vienen trabajando silenciosamente para cambiarle la cara al Sauvignon Blanc chileno, apostando por el origen, con menos volumen y más foco en la calidad y el nicho.
Casa Marín, en el pequeño poblado de Lo Abarca, dentro del Valle de San Antonio, es uno de esos ejemplos donde un microclima, influenciado por las brisas del Pacífico, a tan solo 4 kilómetros de la costa y un terroir único se complementan para dar algunos de los vinos blancos más característicos y equilibrados de Chile.
Desde los suelos de origen volcánico a orillas del Lago Colbún, en la precordillera del Maule, viene Laberinto, otro de los destacados Sauvignon Blanc chilenos que elabora Rafael Tirado, enólogo y propietario de la viña. Laberinto es un vino de lugar, que va más allá de un Sauvignon Blanc correcto y bien hecho. Ante la popularidad de la cepa en los mercados internacionales, la diferenciación es vital y le agrega, además, una diversidad importante al portafolio de vinos que tiene Chile para ofrecer al mundo.
Ya no se trata de hacer un vino blanco, ponerle un corcho y sacarlo a la venta. La viña Garcés Silva, en el Valle de Leyda se tomó su tiempo antes de sacar Boya, la recién estrenada línea de varietales que incluye, por supuesto, un Sauvignon Blanc. Boya aparece, nos cuenta Diego Rivera, su enólogo, para cubrir una demanda de vinos con bajo alcohol, sin el protagonismo de la madera y uso de levaduras nativas.
“Hemos pensado bastante en el mercado estadounidense, donde el vino por copa está bastante extendido. El Sauvignon Blanc de Boya tiene las características para satisfacer esa demanda. Es un vino con harto nervio en boca, gracias a su acidez punzante. Funciona perfecto como aperitivo”.
Estos buenos ejemplos nos muestran como los Sauvignon Blanc han ido evolucionando, con mayor expresión y definición. Si los encuentran no duden en compartir una botella.
Ventisquero, Grey, Sauvignon Blanc, Valle de Atacama 2016. Este es el paradigma de los cambios que hemos venido comentando a lo largo de este reportaje. Tiene una boca salina, con matices minerales, muy bien perfilada. Aquí la camanchaca juega un importante rol en la madurez de la uva.
Laberinto, Sauvignon Blanc, Valle del Maule 2015. Un gran blanco, con un gran sentido de lugar. Tiene aromas más a piedras que a frutas, con una acidez potente que refresca el paladar por un buen rato. Las uvas vienen del viñedo plantado en Alto Maule al lado del lago Colbún.
Casa Marín, Cipreses Vineyard, Sauvignon Blanc, Lo Abarca 2016. María Luz Marín ya nos tiene acostumbrados a la consistencia de sus vinos blancos, pero por sobre todo de este Cipreses, un ícono de la variedad en nuestro país. Delicioso, con acidez y mineralidad. En nariz es herbal y cítrico.
Garcés Silva, Boya, Sauvignon Blanc, Valle de Leyda 2016. El enólogo Diego Rivera le tomó la mano rápidamente al Valle de Leyda. Un blanco eléctrico, donde la acidez entrega nervio de principio a fin. Tiene notas a hierba fresca y fruta blanca. Muy buen estreno.
Tabalí, Talinay Sauvignon Blanc, Valle del Limarí 2015. El suelo es uno de los factores más importantes en el resultado de este vino, cuyas parras están plantadas a 12 kilómetros de la costa sobre suelos calcáreos. Tiene elegancia y mineralidad, flores blancas y frutas cítricas. Es un gran placer beber este Sauvignon Blanc nortino.