VINO: Cepas patrimoniales
Septiembre es un mes anhelado por muchos en Chile. La temperatura primaveral se comienza a notar, nos enamoramos, los días son más largos y empezamos a salir más de nuestros hogares para aprovechar la luz del día. ¿Lo mejor de todo? fiestas patrias.
El mes de la chilenidad es celebrado con una gran fiesta a lo largo de todo el territorio nacional y, también, por chilenos en el extranjero. Es una instancia donde la familia y amigos se reúnen por una causa en común: comer cosas ricas como empanadas, pajaritos dulces, mote con huesillo y el clásico asado, acompañado siempre con una copa de vino.
El mes patrio está lleno de fechas importantes, recordemos que el 4 de septiembre se celebra el Día nacional del Vino.
Es una fecha importante que se decretó en 2015, gracias a la petición de un grupo de diferentes entidades pertenecientes a la industria del vino en Chile.
Muchos pasan por alto este día, ya que no está resaltado en rojo en el calendario. Sin embargo, es relevante ya que promueve al vino como un producto típico, emblemático y de los más representativos del país a nivel mundial.
En septiembre nos ponemos patrióticos y orgullosos de ser chilenos, cada vez hay un mayor interés en rescatar productos propios de cada zona, como artesanías, gastronomía, tradiciones y vestimentas. Hay una inclinación por ser parte de esa cultura viva y acercarnos a lo que son nuestras raíces.
El vino no está ajeno a esto, jugando un rol muy importante en la industria. No es novedad que hay un creciente mercado de producción de vinos hechos por pequeños productores, viñedos de los que quizás nunca han oído hablar y que llaman la atención por el uso de variedades menos comunes a las que estamos acostumbrados a ver en el mercado, como la clásica Cabernet Sauvignon, Carmenere, Chardonnay y más. La tendencia hoy está en el uso de variedades patrimoniales, tanto blancas como tintas.
¿Qué son las variedades patrimoniales?
Son cepas que se ganan este título por tener un significado social y simbólico como parte de la historia y el desarrollo de una comunidad asociada a un territorio en particular. En Chile, estas variedades vienen, en su mayoría, de regiones vitivinícolas como Itata en Ñuble y Bío Bío, y el Secano Interior en Maule, en donde la uva país, carignan, cinsault, semillón y moscatel se han coronado como los grandes representantes del lugar.
El denominador común de estas cepas es la antigüedad que tienen. Provienen de parras que están plantadas en Chile hace por lo menos 100 años y que llegaron en manos de la conquista española a mitad del siglo XVI. Antes de la colonización no había vitis vinífera en Chile y los españoles trajeron esquejes en sus barcos para plantarlas y hacer vino para consumo propio como para la misión de la evangelización.
La uva país fue una de las primeras en ser plantada en el continente. Un elemento clave en el desarrollo de la industria vitivinícola a nivel latinoamericano y, con el tiempo, se transformó en la más abundante.
Se cruza con otras variedades, de manera natural en el tiempo, dando origen a más variedades criollas de la época. Hasta que, a mediados del siglo XIX, llegaron las cepas francesas más clásicas, desplazando a la uva país al uso de producción de vinos en garrafa.
No existe una definición específica y absoluta de lo que son las cepas patrimoniales. Algunos dicen que solamente corresponde a las variedades que llegaron con los españoles, a principio de la conquista (vale decir país y moscatel). Otros, en cambio, dicen que es un concepto que abarca tanto la antigüedad de la variedad como las tradiciones y el rescate de su historia que, por consecuente, considera a las generaciones antecesoras.
En cualquiera de las definiciones, es importante estar consciente del peso histórico de la variedad y del proceso de vinificación que siguen los productores en las regiones mencionadas, un trabajo manual que inicia en el campo, con vides plantadas en sistema de cabeza o gobelet, caracterizado por el uso de poco o nada de agua, dejando el campo a merced del tiempo, cosecha a mano a pequeña escala.
Es interesante ver cómo la crítica, tanto nacional como internacional, se ha interesado por vinos que están hechos a base de estas cepas. Son vinos diferentes, con un toque más rústico, vinos en donde se siente el campo, acompañado de un espectro animal y ahumado, en algunos casos.
También resultan vinos ligeros y muy frutales con poca intervención, casi como beber jugo, pero con alcohol, jiji. Estos vinos tienen un tremendo valor agregado, además de su historia en el tiempo, que es el esfuerzo del campesino en el proceso para obtener la fruta y el manejo del enólogo por mantener la esencia de la fruta en el vino final.
Hoy, los mejores restaurantes de Chile y sus sommeliers incluyen vinos de productores que hacen vino con cepas patrimoniales en el servicio, como país y moscatel, que ocupan un lugar importante en la carta de vinos y suelen ser maridados con platos elaborados por cocineros que buscan la autenticidad de sus creaciones.
La suerte que tenemos como país de tener acceso, de primera fuente, a estos vinos, pudiendo encontrarlos en tiendas nacionales. Aunque lo más entretenido es ir al valle y conocer al productor en persona.
Maridajes dieciocheros para vinitos hechos con cepas patrimoniales:
Moscatel: un vino hecho con moscatel tiende a tener un perfil muy frutal e incluso dulce, dependiendo del productor. Estos vinos van bien por contraste. Recomendamos probar con una empanada de queso de cabra con espinaca al horno o con helado de piña y salsa de caramelo.
Semillón: vinos secos, frutales y fáciles de beber. Quedan espectaculares las preparaciones con queso. Para los vegetarianos, probar con un clásico anticucho de verduras y ojalá una empanada de queso con choclo y aceitunas.
País: aquí nos encontramos con un vino tinto medio ligero, muy frutal, con notas de cuero y humo. Recomendamos maridar con un sándwich estilo ave mayo o unas sopaipillas con pebre.
Cinsault: tinto de media intensidad con gran presencia frutal, jugoso y con hermosa acidez. Probar con anticucho clásico de carne con cebolla caramelizada. Ñam.
Carignan: un vino de este estilo pide una preparación más contundente, como un asado típico de fiestas patrias acompañado de pan amasado y un poco de pebre.
Gracias a la revalorización de estas variedades cada vez tenemos más acceso a diferentes etiquetas, es cosa de buscar, probar mucho y ver cual gusta más. Lo mejor de todo es que las opciones son muchas, así que los invitamos a probar un poco de historia en este mes del vino. Salú!
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